Ayer volví a escuchar esta pregunta de los labios de un paciente temeroso. ¿Y si me engancho a las drogas?No hablaba de los fármacos estupefacientes al uso, de los derivados mórficos que uno vincula al caballo y la heroína sino de algo mucho más vulgar y suave que eso.
 
Son tantas las veces que las Autoridades Sanitarias alertan de la prescripción y consumo de medicamentos sin necesidad que efectivamente hemos llegado a crear conciencia de que hay un abuso de medicación en nuestra sociedad. Voy a contaros algunos casos relacionados con mi práctica clínica. Porque yo también creo que sin lugar a dudas hay un excesivo consumo de medicamentos y, en concreto, de antibióticos y analgésicos. El abuso de analgésicos apunta a un incremento de «dolores» en nuestra sociedad que ocupa los gimnasios, llena las calles de bicis y corredores como nunca se ha hecho. No sabemos si nos duele más el cuerpo que el alma o que quizás nos estamos volviendo unos flojos, unos quejicas que a la mínima molestia tiramos del sobrecito de ibuprofeno. Muchos dolores del cuerpo y del alma derivan de la mala política laboral que nos labramos: cada pecado tiene su penitencia. Y aunque el uso y abuso de analgésicos señala más dolores y menos capacidad de aguante, aparte de los efectos secundarios de su abuso, que cada palo aguante su vela. Pero en el abuso de consumo de antibióticos… las consecuencias pueden ser mucho más severas ante el incremento de resistencias bacterianas que hacen prever que en pocos años las muertes por infecciones de gérmenes multirresistentes superarán a las que provoca el cáncer. Usar de manera inadecuada e improcedente los antibióticos hace proliferar la aparición de resistencias, lo cual va a ser un problema de salud de enorme magnitud. De hecho, para la erradicación del Helicobacter pylori ya no se aceptan terapias triples: han de ser cuádruples! Yo, por si acaso, iría resucitando el cloranfenicol…
 
Uno de los indicadores que le hacen pensar a una persona que quizás ya no es tan joven como creía es la necesidad creciente de acudir a los médicos o la irrupción de medicación crónica. Uno hace alarde de ser un chaval y en una revisión rutinaria le informan que tiene la tensión alta. Bueno, será el efecto bata blanca, pero ya pone al sujeto sobre la sospecha. Se le quita la sal de la comida, se recomienda ejercicio,… y algunos normalizan su tensión pero en otros casos se confirma la sospecha: usted es hipertenso. Y el médico comienza a prescribir medicación para regular esa tensión, un medicación de la que nunca ya te apartarás, será tu compañera de viaje, con cambios de marca, modelos o añadidos al gusto o al albur de la respuesta. Pero ya tendrás una medicación crónica, de esas que tienes que pasar por farmacia para recoger antes de irte de vacaciones. Quien lo dice de la tensión arterial, lo dice igual con el colesterol o los triglicéridos (la dislipemia) o de la diabetes, los tres problemas crónicos metabólicos más prevalentes junto con la disfunción hormonal, principalmente tiroidea.
 
Socialmente uno tiene asumido que eso son patologías crónicas que realmente no se curan sino que se controlan con medicación: cronificar como sucedáneo de curar. Lo que quizás no está tan calado en el mundo es la necesidad de medicación crónica para enfermedades del aparato digestivo. Quizá porque tiende a pensarse que los trastornos que le afectan se pueden manejar simplemente con medidas higiénico-dietéticas, que es cuestión de poner voluntad y con es esfuerzo de uno mismo el malestar o el daño se corrige. Aunque puede haber algo de cierto en ello, no siempre es así. Hay muchos trastornos crónicos del aparato digestivo que no se logran controlar por mucha fuerza de voluntad o esfuerzo que uno ponga. Por ejemplo, la enfermedad por reflujo gastroesofágico (ERGE) un trastorno muy frecuente y que la mayor parte de las veces se controla – que no se cura- con medicación crónica. La mayor parte de la gente con ERGE, a pesar de que se cuide con la dieta, va a precisar medicación, generalmente IBP, que realmente no quitan el reflujo sino que inhibe el ácido del estómago de manera que el reflujo al no ser ácido ni molesta ni lesiona. Pero tan pronto se deja de tomar… las molestias vuelven. Igual que la tensión arterial se dispara si uno deja su medicación antihipertensiva.
 
Otro problema es digestivo son los gases los cuales frecuentemente se originan por comer deprisa, de manera que el remedio más lógico es comer despacio. Pero no a todo el mundo le sale… y alguno acumulan gases aunque coman despacio, con lo cual pueden encontrar remedio en la medicación procinética, un comprimido de cinitaprida o domperidona antes de las comidas, puede aliviar el malestar. Ante estos procesos intestinales de gases o de reflujo ácido, uno escucha eso de «es que no me quiero enganchar a las pastillas». Vale, pues aplica en lo que puedas medidas higiénico-dietéticas… pero si aun así tienes síntomas, ¿qué hay de malo tener que recurrir a las pastillas? Para eso están.
 
Algunos han advertido, por ejemplo, de los riesgos de tomar omeprazol a largo plazo. Bueno, los incrementos de riesgos notificados son ínfimos… y si tenemos en cuenta los daños que podría haber causado, por ejemplo en una ERGE severa, el no haber tomado los IBP por miedo, todos los gastroenterólogos convenimos en afirmar que dejar los IBP ha sido claramente contraproducente: por evitar un probable riesgo futuro se han expuesto a un seguro daño presente.
 
Quizás más controversia surge con la medicación que en ocasiones empleamos para tratar trastornos sensitivos y motores del intestino, problemas neurointestinales, muy vinculados a la esfera psíquica.  Son pacientes que han sido diagnosticados de no tener nada, de cuadros «funcionales», de intestino irritable. Muchos trastorno mejoran espectacularmente con benzodiacepinas del tipo clonazepam o bromazepam, o con inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) por la relajación que ejercen sobre el músculo liso del intestino, quitando espasticidad o disminuyendo las aferencias sensoriales al cerebro de procesos intestinales. Frente al uso de estos medicamentos para tratar unos síntomas invalidantes, alguno consideran que es nocivo «engancharse» a estas pastillas. De ordinario, opera la máxima de que la principal contraindicación es la falta de indicación. El paciente ¿lo necesita? ¿Puede hacer su vida normal sin el efecto de estas medicinas? En ocasiones a duras penas. Y por eso los prescribimos, porque se trata de aliviar, de controlar las molestias. ¿Que esas molestias que ceden con ese tipo de medicación apuntan a problemas de la esfera psicológica? Pues efectivamente, en la mayoría de los casos es así: hay conflictos emocionales que están repercutiendo sobre las tripas, exceso de trabajo, preocupaciones domésticas, falta de sueño, prisas en la vida cotidiana,… Es verdad que esta medicación no resuelve esos problemas, tan sólo ayudan a que el efecto de esos problemas no repercutan sobre el intestino. Las personas que encuentran alivio a sus molestias con este tipo de medicación ¿llegan a hacerse dependientes de ella? Pues si no resuelven los conflictos que generan esa tensión, llevan camino de necesitar esa medicación por largas temporadas. ¿Siempre? Por lo menos en tanto en cuento no solventen los problemas, lo cual a muchos les lleva toda la vida.
 
¿Es peligroso depender de esta medicación para tener un bienestar intestinal? Mi experiencia al respecto es que no, en absoluto. Son medicaciones con un elevado índice terapéutico, eficaces y baratas. El verdadero problema es que la mejora de los síntomas impidan afrontar el origen de los problemas, los traumas psicosociales que «se cogen a las tripas», olvidando cuál es el tratamiento etiológico que hay que perseguir, la modificación de conducta, para que esas situaciones tensas no repercutan sobre la sensibilidad y la motilidad de nuestros intestinos. Tan fácil decirlo como difícil hacerlo.
 
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