06/06/2020

Gordejuela, en Las Encartaciones de Vizcaya, no parece un lugar especialmente caribeño. Ni por el clima, ni por la arquitectura. Probablemente, nadie lo asociaría, en un primer vistazo, al ron, a Cuba o a la caña de azúcar. Y, sin embargo, en este municipio vasco se originó una de las historias empresariales más exitosas del siglo XIX español y cubano. De allí partió, hace casi 160 años, José Arechabala en busca de fortuna y aventuras. Y las encontró en Cárdenas, una de las principales ciudades del norte de Cuba, donde fundó una de las productoras de ron más grandes del mundo.

Durante más de 80 años, la empresa fue sorteando con éxito todas las vicisitudes que se le fueron presentando, en una historia cubana muy convulsa (desde la Guerra de la Independencia al impacto en el país de las dos guerras mundiales; desde cambios de régimen a la Ley Seca que cortó su acceso a uno de sus principales mercados). Quizás por eso, cuando el 1 de enero de 1959 aquellos barbudos entraron en La Habana y proclamaron el triunfo de La Revolución, los Arechabala no pensaron que aquella vez sería diferente: un nuevo Gobierno con el que lidiar, con normativas y caprichos, como todos… pero que no iría más allá. Exactamente 365 días después, el 31 de diciembre de aquel mismo 1959, los soldados de Fidel Castro entraban en las oficinas que la empresa de origen español tenía en la Plaza de la Catedral de La Habana y clausuraban el Havana Club, el bar que había fundado en el Palacio de los Condes de Bayona.

Ésta es su historia y la de unos herederos que, sesenta años después, decidieron homenajear a sus antepasados, con la recuperación de un nombre mítico y la elaboración de un ron muy especial: Arechabala 140 Aniversario. Fidel se quedó con su fábrica, sus instalaciones y su marca (la mítica Havana Club), pero el apellido de su tatarabuelo, Arechabala, y el orgullo del trabajo bien hecho: eso no se lo pudieron quitar.

El ron del vizcaíno

En 1862, cuando apenas tenía 15 años, José Arechabala se embarcaba en el Hermosa Trasmiera rumbo a Cuba. En nuestra sociedad, cada vez más temerosa y reacia a los riesgos (aunque a veces pensemos lo contrario y llamemos a cualquier cosa «deporte de aventura») puede sonar extraño que un chico de aquella edad lo dejase todo y se fuese, sin más red de seguridad que su ambición y sus ganas de labrarse un futuro, al otro lado del Atlántico.

En aquellos años de la segunda mitad del siglo XIX, estaba comenzando a desarrollarse en Cuba una industria del ron merecedora de tal nombre, que sustituiría a las pequeñas destilerías caseras que hasta entonces operaban y que ofrecían un producto de baja calidad y sin demasiada uniformidad. De hecho, en aquel mismo 1862 Facundo Bacardí fundaba, en el extremo sur de la isla, la empresa que le haría famoso, y que competiría con Arechabala por el mercado nacional e internacional.

Después de algunos años trabajando para otros, don José decidió montar su propia empresa: en 1878 fundaba el alambique La Vizcaya, en Cárdenas (por eso la edición 140 aniversario que la familia lanzó hace un par de años). Y alrededor de aquel pequeño ingenio industrial crecería un emporio que durante ocho décadas transformó la localidad en la que se asentaba. Como explica Antón Riestra (uno de los tataranietos de don José) a Libre Mercado no se puede entender el desarrollo de aquella región del norte de Cuba durante aquellos años sin la obra de sus antepasados: aquella destilería original se transformó en todo un holding que cubría todas las etapas del proceso de producción del ron, desde los toneles a los astilleros donde se construían los barcos que llevaban la mercancía a EEUU (Cárdenas es el puerto cubano más cercano a Florida), pasando por las plantaciones de caña de azúcar y las refinerías que trataban la materia prima. Por supuesto, el ron no era el único alcohol que elaboraban, también tenían en su catálogo vermut, granadina, coñac, ginebra o, incluso, alcohol medicinal (por cierto, también eran grandes productores de caramelos: había que aprovechar el azúcar para todos los usos posibles).

Durante aquellos años, incluso tras la independencia de la isla, la empresa mantuvo fuertes vínculos con España. Muchos de los directivos procedían de la Vizcaya que vio partir al primer Arechabala. Y fueron los hijos y yernos de don José (también españoles algunos de ellos) los que tomaron el mando de la compañía tras su fallecimiento.

De aquella primera destilería se pasó a un complejo industrial de primera magnitud, que daba empleo a miles de personas y que se convirtió en la principal industria de Cárdenas. Quizás por los orígenes humildes de don José, explica Riestra, aquella empresa siempre se mostró especialmente cuidadosa con sus empleados: en la web que los descendientes de los Arechabala han creado para reivindicar su legado, pueden encontrarse desde la revista que la propia compañía publicaba para sus trabajadores hasta informes académicos actuales que se han dedicado a estudiar esta singular empresa. Por ejemplo, llama la atención la lista de beneficios que esos mismos trabajadores obtenían: becas, seguro médico, academias de formación para sus hijos… ¡hasta el sorteo anual de una casa para uno de ellos!. No sólo eso, cuando en el año 1933 un huracán destrozó el litoral norte de Cuba, fue Arechabala S.A. la que se hizo cargo de la construcción de un nuevo espigón en su ciudad, así como de las obras de reacondicionamiento y ajardinamiento de buena parte de la población; incluido el monumento a la bandera cubana, por ser este municipio el primero en el que se había izado esa bandera casi 100 años antes. Capitalismo en su mejor versión.

Aquella década de 1930 fue un momento de expansión para Arechabala S.A.: durante los años 20, la Ley Seca había llevado a miles de norteamericanos a Cuba durante sus vacaciones. Allí habían conocido el ron y las principales marcas comerciales de la isla. En 1934, aprovechando la derogación de la XVIII Enmienda, nacía la que sería su enseña emblemática -Havana Club- y la empresa se lanzaba a la conquista de un mercado americano deseoso de encontrar alcoholes de calidad. Las instalaciones llegaron a tener una capacidad de producción de 125.000 litros diarios. Quizás la guinda de todo aquel proceso fue la inauguración del bar privado Havana Club en la Plaza de la Catedral de La Habana, uno de los nombres míticos de los años dorados de la noche cubana.

De la riqueza a «la nada»

Hasta aquí, lo que podría parecer una historia empresarial muy meritoria: el relato de un tipo que con trabajo, talento y visión de futuro se convirtió en el mayor productor de ron de Cuba (Bacardí producía más en total, pero porque tenía destilerías en otros países; si se cuenta sólo la producción en la isla, Arechabala era el número uno). Pero en estos días en los que en España tanto se habla de «nacionalizaciones» y en los que se blanquea la historia de determinados regímenes, lo que le sucedió a esta familia hispano-cubana y a su empresa también puede servir de enseñanza, sobre el pasado y sobre el futuro.

Para empezar, porque lo que ocurrió a partir de aquel 31 de diciembre de 1959 no fue una expropiación: no hubo un proceso ni posibilidad de apelación ni, por supuesto, compensación por parte del Estado cubano. Se lo quitaron todo, sin más. Entraron en las oficinas, cerraron el Havana Club y todo había terminado, los frutos de más de 80 años de trabajo desaparecían de un día para otro. ¿Y qué quedaba? Pues, como explica Riestra: «La nada». Se cerraron las fábricas, dejó de producirse ron en Cárdenas, las industrias auxiliares decayeron… Sólo se mantuvieron en marcha, y de aquella manera, las plantaciones de azúcar. Y poco más. Toda la riqueza y prosperidad que aquella zona del norte de Cuba había disfrutado durante décadas, desapareció como si nunca hubiera existido.

En este punto, alguien podrá objetar que el ron Havana Club sigue produciéndose (de hecho, se encuentra en todos los supermercados españoles). Otra ironía del destino. Tras la expropiación, la marca prácticamente desapareció. El Estado cubano estaba a otras cosas y apenas era capaz de producir ron de mínima calidad, entre otras cosas porque los que sabían hacerlo habían huido del país. Se vendían algunas pocas botellas en el mercado nacional y alguna que se enviaba al este de Europa. Hasta que, a comienzos de los años 90, necesitado de ingresos tras la caída de la URSS, el Gobierno comunista tuvo que buscar alternativas. Entonces, alguien se acordó de que por allí estaba aquella marca, Havana Club, que todavía tenía fuerza (el nombre, desde un punto de vista comercial, es muy bueno) y que se le podía sacar rendimiento. Pero necesitaban un socio que le pusiese algo de cordura y conocimiento a aquel desastre: así que el Gobierno cubano llegó, en 1993, a un acuerdo con la multinacional Pernod Ricard (una de las empresas más grandes del mundo en su sector) para vender este ron. Es decir, que lo que había sido una marca cubana, poderosa y conocida, con posibilidades de crecimiento y desarrollo… se convertía ahora en un nombre más en el catálogo de una multinacional extranjera: otro gran logro para la revolución comunista.

Sólo en EEUU, la marca Havana Club seguía siendo propiedad de los herederos de los Arechabala, porque el Gobierno norteamericano no reconocía las expropiaciones del régimen castrista. Y fue su antiguo competidor, Bacardí, el que ofreció a esos herederos comprarles la marca para comercializarla en el mercado estadounidense: de esta forma, el ron Havana Club que uno se encuentra en los bares de Nueva York o Miami no es el mismo que el que se vende en Europa (y habrá batalla legal si en algún momento se normalizan las relaciones comerciales de forma definitiva entre EEUU y Cuba).

Por cierto, un apunte interesante: la razón por la que Bacardí pudo seguir operando con su marca tras la llegada de los comunistas al poder fue que ellos sí tenían refinerías y plantas de producción fuera de Cuba. Por lo tanto, aunque también a los propiestarios les quitaron todo lo que tenían en la isla, pudieron mantener la empresa y la marca familiar, y reanudar el negocio. Los Arechabala habían concentrado sus inversiones en Cárdenas. Lo que debería haber sido un ejemplo de su compromiso con su región se terminó convirtiendo en su condena.

140 aniversario

Afortunadamente, hay cosas que no te pueden quitar: el conocimiento, el orgullo por el nombre de la familia, el espíritu empresarial… Aquí llega la parte más feliz de esta historia, la de un puñado de tíos y primos, bisnietos y tataranietos de don José, que hace unos años decidieron reivindicar el trabajo de sus antepasados. Y que se encontraron, como explica Riestra, con que «la semilla» que plantaron hace décadas en Cuba todavía podía generar sus frutos.

«Queríamos demostrarnos que éramos capaces», apunta. Y para hacerlo comenzaron a buscar a los mejores productores. En Panamá, al otro lado del Caribe, encontraron a los socios que buscaban, con experiencia en la fermentación y el añejamiento de los jugos de la melaza (el residuo del refino del azúcar del que se obtiene esta bebida). Y allí también tuvo lugar una de esas casualidades que parecen salir de una novela: uno de aquellos socios les recomendó que hablaran, para el proceso final de producción, con Pancho Fernández, uno de los mejores maestros roneros del mundo. Allí se fueron a explicarle quiénes eran y por qué querían hacer un ron tan especial. Pensaban que probablemente un maestro ronero habría escuchado hablar de la historia de la familia Arechabala. Y se quedaron cortos: Fernández, que superaba los 80 años de edad, había comenzado su carrera en Cuba con sus abuelos, los recordaba perfectamente y les tenía un enorme aprecio por lo que su familia había hecho por él cuando era joven. Los Arechabala cubanos le habían enseñado a él a hacer ron cuando tenía 20 años y ahora, más de medio siglo después, él les enseñaría a sus hijos y nietos dispersos por todo el mundo todo lo que había aprendido desde entonces.

A partir de ahí, nace el Ron Arechabala 140 Aniversario, una marca en principio destinada sólo a la familia (se hizo una edición limitada de 700 botellas destinadas casi en exclusiva a los primos) pero a la que, debido a la calidad del producto obtenido, han querido darle continuidad. El pasado noviembre comenzaron la comercialización de la segunda añada. Por ahora, se venden sólo a través de un puñado de tiendas especializadas. En su web, tienen toda la información para aquellos que quieran una botella de la codiciadísima edición limitada o de las destinadas a la comercialización al público en general (estas últimas, más asequibles de precio, aunque en cualquier caso hablamos de un ron Premium). Es el resultado final de mucho trabajo y combina el orgullo de haber puesto el nombre y la foto de su tatarabuelo en su botella y la ilusión de reivindicar el legado familiar para que no se olvide quiénes fueron los Arechabala roneros: lo han conseguido y esto ya no se lo podrán robar.

 

Fuente: libremercado.com

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